Menos conocido es el “Segundo apólogo chino” en el que examina el dicho “el orden de los factores no altera el producto”. Acá va la parte del apólogo propiamente dicha:
El emperador Yao discutía cierta vez un asunto administrativo con el Tercer Subsecretario del Segundo Secretario de su Primer Ministro. A la discusión asistía, con voz pero sin voto, el maestro Chuang, quien, abandonando su ermita ubicada en el monte Lou, había descendido a la corte para ilustrar al emperador sobre la influencia del Tao en el cultivo prudente de las azucenas. En cierto instante de la discusión, cuando el Tercer Subsecretario se mostraba dispuesto a no ceder en sus argumentaciones que consideraba graníticas, el emperador Yao le dijo:
— ¿Y qué me importan a mí tus argumentos de academia? El orden de los factores no altera el producto.
— ¿Quién te lo dijo? —le preguntó el maestro Chuang, abandonando un silencio que lo vestía de pies a cabeza. El emperador Yao le respondió: —Me lo dijo la Aritmética, que sólo se equivoca en los libros de usureros y prestamistas. —Bien —admitió Chuang—. ¿Quieres que demostremos ahora este principio aritmético? —La verdad es la verdad, y siempre debe ser aplicada —sentenció el emperador, asintiendo con la propuesta del filósofo. El maestro Chuang dio media vuelta y se dirigió a la salida. —Maestro, ¿a dónde vas? —le preguntó Yao. —A la cocina del palacio —le respondió el maestro. — ¿Y qué tienes que hacer tú en la cocina? —Voy a buscar a unos de los “factores”.
Por numerosas escaleras bajó el maestro Chuang hasta la cocina del palacio: allá, entre marmitas y sartenes, el cocinero Li practicaba su oficio bonancible.
—Cocinero, vengo a buscarte —le dijo Chuang. —Maestro, ¿para qué? —inquirió Li, temblando como una hoja por el honor que recibía. —Para demostrar un postulado aritmético —le explicó Chuang—. Sube conmigo a la sala del emperador. Sin abandonar el cucharón, insignia de su arte, el cocinero Li siguió al maestro Chuang hasta la gran sala de audiencias; y allí, con sus ojos nublados de humos y cebollas, vio por primera vez a su emperador sentado en un trono de marfil impecable. — ¿Qué hace aquí este hombre? —preguntó Yao, cejijunto, apuntando con su índice al cocinero tembloroso. —Señor —le dijo Chuang—, es tu cocinero Li, dispuesto a colaborar en la demostración del postulado aritmético. ¿Lo demostramos o no? El emperador Yao, que siempre fue un goloso de la ciencia, ordenó entonces que fuesen llamados el Primer Cronista y el Primer Amanuense del reino, a fin de que asistieran a la demostración de Chuang y la registraran en los frondosos archivos de la corona. Y una vez que todos estuvieron presentes, el maestro Chuang, dirigiéndose al emperador, le dijo así: —Majestad Altísima, mi propósito es demostrar si el orden de los factores altera o no el producto. ¿Lo altera o no? — ¡No lo altera! —sostuvo el emperador irreductible. —Entonces —dijo Chuang—, apliquemos esa doctrina. Vuestra Majestad es un “factor” del reino. ¿Sí o no? — ¡Mandaría decapitar al que lo dudase! —tronó Yao. —Pero —le dijo Chuang— el cocinero Li también es un “factor” del reino. ¿Quién lo niega? —Nadie —respondió Yao—: el cocinero es un “factor”, no hay duda. Entonces el maestro Chuang dirigiéndose a toda la asamblea, dijo: —Señores magistrados, el reino es un “producto” resultante de sus “factores”. Ahora bien, el emperador Yao y el cocinero Li son dos “factores” de tal producto. Si tal producto no altera con el orden de sus factores, yo propongo que el cocinero Li tome ahora el cetro y la corona de Yao, y suba inmediatamente al trono; y que el emperador Yao tome a su vez el cucharón de Li y baje inmediatamente a la cocina. Un gran silencio, hijo del estupor y la duda, reinó en la sala de las audiencias. El emperador Yao, que había caído en la más honda de las abstracciones, volvió de su éxtasis y le dijo a Chuang: — ¡Maestro, gracias! Me has enseñado que, por culpa de un lugar común, podrían demolerse las bases de mi reino. Luego sacudió al Primer Amanuense, que se había dormido al calor de la lógica, y le dictó el siguiente decreto: “Visto que el uso de los lugares comunes puede alterar la noble jerarquía del Reino, el emperador Yao, en salvaguardia de la salud pública, DECRETA: 1º Se prohíbe terminantemente la emisión inconsulta de lugares comunes, en tierra, en mar y aire, a pie o a caballo. 2º Publíquese y archívese.” Luego el emperador, en señal de acatamiento, se inclinó ante Chuang el filósofo, tal como debe hacerlo el Poder cuando se enfrenta con la Sabiduría. En cuanto al cocinero Li (que, como es justo, no había entendido absolutamente nada), le regaló un cucharón de oro que llevaba grabado el siguiente aforismo del Tao Teh Ching: “Lo que permanece quieto es fácil de sostener”. Leopoldo Marechal |
domingo, 2 de octubre de 2011
segundo apologo chino
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