Alemania, Neuburg an der Donau
Un dia, el director del hospital que era cirujano, y con el que tenia buenas relaciones, considerandome como lo que era, un estudiante universitario, me ofrecio un billete de cien marcos (en aquel momento la comida en la mensa de la universidad, costaba 0,60 marcos).
Yo le dije que no los necesitaba, que podia arreglarme sin ellos, y entonces me retruco algo asi: "Yo tambien fui estudiante y se como la pasan todos ellos. Tomelo, gastelo bien y el dia de mañana cuando usted pueda repita esta operacion con alguna otra persona que necesite una ayuda".
Su gesto y sus palabras no los he olvidado nunca y procuro que me acompañen siempre...
Manolo
lunes, 6 de mayo de 2013
domingo, 5 de mayo de 2013
The hobbit
El concretismo fue un movimiento de vanguardia que nació en la pintura en los años 1930. Sus principales postula...dos en la plástica son:
Rechazo de toda relación con lo natural, lo objetivo y lo simbólico.
Objetuación o representación de ideas abstractas en una nueva realidad de carácter universal y constante.
Preocupación por la expresión plástica basada principalmente en la línea y la superficie, y en menor medida el color.
Empleo de elementos geométricos sencillos (círculos, cuadrados, triángulos) y creación de tensiones.
La forma tiene más importancia que el color.
Composiciones geométricas formando estructuras que recuerdan construcciones o arquitecturas.
Colores planos creando efectos cromáticos de espacio y vibración plástica
Rechazo de toda relación con lo natural, lo objetivo y lo simbólico.
Objetuación o representación de ideas abstractas en una nueva realidad de carácter universal y constante.
Preocupación por la expresión plástica basada principalmente en la línea y la superficie, y en menor medida el color.
Empleo de elementos geométricos sencillos (círculos, cuadrados, triángulos) y creación de tensiones.
La forma tiene más importancia que el color.
Composiciones geométricas formando estructuras que recuerdan construcciones o arquitecturas.
Colores planos creando efectos cromáticos de espacio y vibración plástica
Mecanicos . Osvaldo Soriano
Osvaldo Soriano
Mecanicos
Mi padre era muy malo al volante. No le gustaba que se lo dijera y no sé si ahora, en la serenidad del sepulcro, sabrá aceptarlo. En la ruta ponía las ruedas tan cerca de los bordes del pavimento que un día. indefectiblemente, tenía que volcar. Sucedió una tarde de 1963 cuando iba de Buenos Aires a Tandil en un Renault Gordini que fue el único coche que pudo tener en su vida. Lo había comprado a crédito y lo cuidaba tanto que estaba siempre reluciente y del motor salían arrullos de palomas. Me lo prestaba para que fuera al bosque con mi novia y creo que nunca se lo agradecí. A esa edad creemos que el mundo solo tiene obligaciones con nosotros. Y yo presumía de manejar bien, de entender de motores, cajas, distribuidores y diferenciales porque había pasado por el Industrial de Neuquén.
Antes de que me fuera al servicio militar me preguntó que haría al regresar. Ni él ni yo servíamos para tener un buen empleo y le preocupaba que la plata que yo traía viniera del fútbol, que consideraba vulgar. A mi padre le gustaba la ópera aunque creo que nunca conoció el Teatro Colón. Venía de una lejana juventud antifascista que en 1930 le había tirado piedras a los esbirros del dictador Uriburu, y conservaba un costado romántico. Cuando le dije que quería seguir jugando al fútbol, lo tomó como un mal chiste. Me aconsejó que en la conscripción hiciera valer mi diploma de experto en motores para pasarla mejor. Siempre se equivocaba: fue como centro-delantero que evité las humillaciones en el regimiento. Cualquiera arregla un motor pero poca gente sabe acercarse al arco. La ambición de mi padre era que yo conociera bien los motores viejos para después inventar otros nuevos. Igual que Roberto Arlt, siempre andaba dibujando planos y haciendo cálculos. Una tarde en que me prestó el Gordini para ir al bosque me anunció que al día siguiente, aprovechando sus vacaciones, lo íbamos a desarmar por completo para poder armarlo de nuevo.
Yo no le hice caso pero el se tomó el asunto en serio. En el fondo de la casa tenía un taller lleno de extrañas herramientas que iba comprando a medida que lo visitaban los viajantes de Buenos Aires. Como no podía pagarlas, los tipos entraban de prepo al taller, se llevaban las que tenía a medio pagar y de paso le dejaban otras nuevas para tenerlo siempre endeudado. Había algunas muy estrambóticas, llenas de engranajes, sinfines, manómetros y relojes, que nadie sabía para que servían.
A la madrugada dejé el coche en el garaje y me tire en la cama dispuesto a dormir todo el día. Pero a las seis mi viejo ya estaba de pie y vino a golpear a la puerta de mi pieza. Mi madre no me permitía fumar y el entrenador tampoco, así que cuando me ofrecía el paquete yo sonreía y lo seguía por el pasillo poniéndome los pantalones. Caminaba delante de mí, medio maltrecho, y lo sorprendía que yo pudiera saltar un metro para peinar la pelota que bajaba del techo y meterla por la claraboya del taller.
-Sos un cabeza hueca-me decía.
Se reía con Buster Keaton y leía La Prensa, que le prestaba un vecino. Tal vez había envejecido antes de tiempo o quizá se enamoró de una mujer intocable en uno de esos pueblos perdidos por donde nos había arrastrado. Nunca lo sabré. Mi madre ha perdido la memoria y apenas si recuerda el día en que lo conoció, ya de grande, en las barrancas de Mar del Plata.
Me miró y dijo: "Vamos a desarmar el coche. Después, cuando lo volvamos a armar, no nos tiene que sobrar ni una arandela, así aprendés". Era un día feriado, sin fútbol ni cine. Hacía un calor terrible y a mediodía el cura del barrio se presentó a comer gratis y a ver televisión. Pero antes de que llegara el cura mi padre me pidió que eligiera por donde empezar. Parecía un cirujano en calzoncillos. Sudaba a mares por la piel de un blanco lechoso que yo detestaba. Al agacharse para aflojar las ruedas del Gordini se le abría el calzoncillo y las bolsas rugosas bajaban hasta el suelo grasiento. Puso tacos de madera bajo los ejes y empezo a sacar tornillos y tuercas, bujes y rulemanes, grampas y resortes. A mí me daba bronca porque creía que nunca más iba a poder llevar a mi novia al otro lado del río y entre los árboles.
Igual ataqué el motor con una caja de llaves inglesas, francesas y suecas. A mediodía, cuando el cura asomó la cabeza en el taller, ya teníamos medio coche desarmado. Los dos estábamos negros de aceite y habíamos perdido por completo el control de la operación. Mi padre había desmontado todo el tren delantero, la tapa del baúl, el parabrisas, y asomaba la cabeza por abajo del tablero de instrumentos. Atrás, yo había sacado válvulas y culatas y trataba de arrancar el maldito cigueñal. De vez en cuando mi viejo gritaba "jCarajo, qué mal trabajan los franceses!" y arrojaba el velocímetro sobre la mesa mientras arrancaba con furia el cable del cebador. El cura nos miraba perplejo con un vaso de vino en una mano y la botella en la otra y de pronto le preguntó a mi padre cuántas cuotas llevaba pagadas. Ahí se hizo un silencio y el otro casi se pierde los tallarines gratis:
-Doce- le contestó de mal humor mi viejo, que era devoto de cristos y apóstoles . Y con la ayuda de Dios todavía tengo que pagar otras veinticuatro.
Tardamos tres días para convertir al Gordini en miles y miles de piezas diminutas y tontas desparramadas sobre la mesada y el piso. La carcasa era tan liviana que la sacamos al patio para lavarla con la manguera. La segunda tarde mi madre nos desconoció de tan sucios que estábamos y nos prohibió entrar a la casa. Dormíamos en el garaje, sobre unas bolsas, y allí nos traía de comer. Vivíamos en trance, convencidos de que un técnico diplomado en el Otto Krause y un futuro conscripto de la Patria no podían dejarse derrotar por las astucias de un ingeniero francés. Fue entonces cuando mi padre decidió comprimir el motor y aligerar la dirección para que el coche cumpliera una performance digna de su genio.
Hizo un diseño en la pared y me preguntó, desafiante, si todavía pensaba que el fútbol era mas atrayente que la mecánica. Yo no me acordaba cual pieza concordaba con otra ni qué gancho entraba en qué agujero y una noche mi padre salió a buscar al cura para que con un responso lo ayudara a rehacer el embrague. Al fin, una mañana de fines de febrero el coche quedó de nuevo en pie, erguido y lustroso, más limpio que el día en que salió de la fábrica. Lo único que faltaba era la radio que el cura nos había robado en el momento del recogimiento y la oración.
Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviación y un bidón de nafta de noventa octanos. Hacía tiempo que mi padre había perdido los calzoncillos y se cubría las verguenzas con los restos de un mantel. Mi novia me había abandonado por los rumores que corrían en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. En el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arrancó al primer impulso de llave. Mi padre estaba convencido de haberme dado una lección para toda la vida.
Adujo que la arandela se había caído de una caja de herramientas y la pateo con desdén mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como una gallo de riña. Después me guiñó un ojo, subió al coche y arrancó hacia la ruta. A la noche lo encontré en el hospital de Cañuelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes.
-Andá-me dijo-. Presentate al regimiento como mecánico, que te salvas de los bailes y las guardias.
Ese año hice mas de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches leía a Italo Calvino mientras escribía los primeros cuentos. Mi viejo sabía aceptar sus errores y cuando publiqué mi primera novela, y me fue bien, se convenció de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribió un cuento de suspenso titulado La luz mala, que inventó de cabo a rabo. Como Kafka, murió inédito y desconocido de los críticos. Por fortuna para el su único enemigo, grande y verdadero, había sido Perón.
Mecanicos
Mi padre era muy malo al volante. No le gustaba que se lo dijera y no sé si ahora, en la serenidad del sepulcro, sabrá aceptarlo. En la ruta ponía las ruedas tan cerca de los bordes del pavimento que un día. indefectiblemente, tenía que volcar. Sucedió una tarde de 1963 cuando iba de Buenos Aires a Tandil en un Renault Gordini que fue el único coche que pudo tener en su vida. Lo había comprado a crédito y lo cuidaba tanto que estaba siempre reluciente y del motor salían arrullos de palomas. Me lo prestaba para que fuera al bosque con mi novia y creo que nunca se lo agradecí. A esa edad creemos que el mundo solo tiene obligaciones con nosotros. Y yo presumía de manejar bien, de entender de motores, cajas, distribuidores y diferenciales porque había pasado por el Industrial de Neuquén.
Antes de que me fuera al servicio militar me preguntó que haría al regresar. Ni él ni yo servíamos para tener un buen empleo y le preocupaba que la plata que yo traía viniera del fútbol, que consideraba vulgar. A mi padre le gustaba la ópera aunque creo que nunca conoció el Teatro Colón. Venía de una lejana juventud antifascista que en 1930 le había tirado piedras a los esbirros del dictador Uriburu, y conservaba un costado romántico. Cuando le dije que quería seguir jugando al fútbol, lo tomó como un mal chiste. Me aconsejó que en la conscripción hiciera valer mi diploma de experto en motores para pasarla mejor. Siempre se equivocaba: fue como centro-delantero que evité las humillaciones en el regimiento. Cualquiera arregla un motor pero poca gente sabe acercarse al arco. La ambición de mi padre era que yo conociera bien los motores viejos para después inventar otros nuevos. Igual que Roberto Arlt, siempre andaba dibujando planos y haciendo cálculos. Una tarde en que me prestó el Gordini para ir al bosque me anunció que al día siguiente, aprovechando sus vacaciones, lo íbamos a desarmar por completo para poder armarlo de nuevo.
Yo no le hice caso pero el se tomó el asunto en serio. En el fondo de la casa tenía un taller lleno de extrañas herramientas que iba comprando a medida que lo visitaban los viajantes de Buenos Aires. Como no podía pagarlas, los tipos entraban de prepo al taller, se llevaban las que tenía a medio pagar y de paso le dejaban otras nuevas para tenerlo siempre endeudado. Había algunas muy estrambóticas, llenas de engranajes, sinfines, manómetros y relojes, que nadie sabía para que servían.
A la madrugada dejé el coche en el garaje y me tire en la cama dispuesto a dormir todo el día. Pero a las seis mi viejo ya estaba de pie y vino a golpear a la puerta de mi pieza. Mi madre no me permitía fumar y el entrenador tampoco, así que cuando me ofrecía el paquete yo sonreía y lo seguía por el pasillo poniéndome los pantalones. Caminaba delante de mí, medio maltrecho, y lo sorprendía que yo pudiera saltar un metro para peinar la pelota que bajaba del techo y meterla por la claraboya del taller.
-Sos un cabeza hueca-me decía.
Se reía con Buster Keaton y leía La Prensa, que le prestaba un vecino. Tal vez había envejecido antes de tiempo o quizá se enamoró de una mujer intocable en uno de esos pueblos perdidos por donde nos había arrastrado. Nunca lo sabré. Mi madre ha perdido la memoria y apenas si recuerda el día en que lo conoció, ya de grande, en las barrancas de Mar del Plata.
Me miró y dijo: "Vamos a desarmar el coche. Después, cuando lo volvamos a armar, no nos tiene que sobrar ni una arandela, así aprendés". Era un día feriado, sin fútbol ni cine. Hacía un calor terrible y a mediodía el cura del barrio se presentó a comer gratis y a ver televisión. Pero antes de que llegara el cura mi padre me pidió que eligiera por donde empezar. Parecía un cirujano en calzoncillos. Sudaba a mares por la piel de un blanco lechoso que yo detestaba. Al agacharse para aflojar las ruedas del Gordini se le abría el calzoncillo y las bolsas rugosas bajaban hasta el suelo grasiento. Puso tacos de madera bajo los ejes y empezo a sacar tornillos y tuercas, bujes y rulemanes, grampas y resortes. A mí me daba bronca porque creía que nunca más iba a poder llevar a mi novia al otro lado del río y entre los árboles.
Igual ataqué el motor con una caja de llaves inglesas, francesas y suecas. A mediodía, cuando el cura asomó la cabeza en el taller, ya teníamos medio coche desarmado. Los dos estábamos negros de aceite y habíamos perdido por completo el control de la operación. Mi padre había desmontado todo el tren delantero, la tapa del baúl, el parabrisas, y asomaba la cabeza por abajo del tablero de instrumentos. Atrás, yo había sacado válvulas y culatas y trataba de arrancar el maldito cigueñal. De vez en cuando mi viejo gritaba "jCarajo, qué mal trabajan los franceses!" y arrojaba el velocímetro sobre la mesa mientras arrancaba con furia el cable del cebador. El cura nos miraba perplejo con un vaso de vino en una mano y la botella en la otra y de pronto le preguntó a mi padre cuántas cuotas llevaba pagadas. Ahí se hizo un silencio y el otro casi se pierde los tallarines gratis:
-Doce- le contestó de mal humor mi viejo, que era devoto de cristos y apóstoles . Y con la ayuda de Dios todavía tengo que pagar otras veinticuatro.
Tardamos tres días para convertir al Gordini en miles y miles de piezas diminutas y tontas desparramadas sobre la mesada y el piso. La carcasa era tan liviana que la sacamos al patio para lavarla con la manguera. La segunda tarde mi madre nos desconoció de tan sucios que estábamos y nos prohibió entrar a la casa. Dormíamos en el garaje, sobre unas bolsas, y allí nos traía de comer. Vivíamos en trance, convencidos de que un técnico diplomado en el Otto Krause y un futuro conscripto de la Patria no podían dejarse derrotar por las astucias de un ingeniero francés. Fue entonces cuando mi padre decidió comprimir el motor y aligerar la dirección para que el coche cumpliera una performance digna de su genio.
Hizo un diseño en la pared y me preguntó, desafiante, si todavía pensaba que el fútbol era mas atrayente que la mecánica. Yo no me acordaba cual pieza concordaba con otra ni qué gancho entraba en qué agujero y una noche mi padre salió a buscar al cura para que con un responso lo ayudara a rehacer el embrague. Al fin, una mañana de fines de febrero el coche quedó de nuevo en pie, erguido y lustroso, más limpio que el día en que salió de la fábrica. Lo único que faltaba era la radio que el cura nos había robado en el momento del recogimiento y la oración.
Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviación y un bidón de nafta de noventa octanos. Hacía tiempo que mi padre había perdido los calzoncillos y se cubría las verguenzas con los restos de un mantel. Mi novia me había abandonado por los rumores que corrían en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. En el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arrancó al primer impulso de llave. Mi padre estaba convencido de haberme dado una lección para toda la vida.
Adujo que la arandela se había caído de una caja de herramientas y la pateo con desdén mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como una gallo de riña. Después me guiñó un ojo, subió al coche y arrancó hacia la ruta. A la noche lo encontré en el hospital de Cañuelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes.
-Andá-me dijo-. Presentate al regimiento como mecánico, que te salvas de los bailes y las guardias.
Ese año hice mas de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches leía a Italo Calvino mientras escribía los primeros cuentos. Mi viejo sabía aceptar sus errores y cuando publiqué mi primera novela, y me fue bien, se convenció de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribió un cuento de suspenso titulado La luz mala, que inventó de cabo a rabo. Como Kafka, murió inédito y desconocido de los críticos. Por fortuna para el su único enemigo, grande y verdadero, había sido Perón.
sábado, 13 de abril de 2013
Mario Vilca Condori, el soldado mas joven de Malvinas... descansa en paz en al atlantico sur
Dos hermanos en el Crucero ARA General Belgrano
Mario Vilca Condorí componía la tripulación del Belgrano junto a su hermano,Juan Bautista Vilca Condorí, un marino ya con experiencia en combate, que participó de la avanzada argentina durante el pre conflicto bélico con Chile en 197, y en 1982 era artillero del Crucero Belgrano.
"Ese día estaba nublado, había un mar cuatro, en ese momento no esperábamos el impacto de torpedos", relata Juan Bautista, "quedé sorprendido en momentos del impacto, mi primera reacción fue ir al lugar de combate. Estaba convencido que no habría combate ya que estábamos fuera de la zona de exclusión, de la cual nos habíamos retirado a las ocho de la mañana aproximadamente".
"Estaba acompañado de mi hermano, Mario Vilca Condorí" dice Juan, agregando "de tan solo 16 años, era marinero y se desempeñaba como panadero".
Recuerda que previo al ataque, Mario participaba de la aprensión de todo marino bisoño, por no tener experiencia. Poseía la preparación y el adiestramiento de un marinero recién salido de la Escuela de Mecánica de la Armada, y buscaba alejar esa aprensión charlando con el hermano más antiguo.
"Dos horas previas al ataque Mario me despertó, yo tenía turno de descanso, Mario quería conversar en cubierta. Quería saber qué había pasado esa mañana, pues habíamos entrado en situación de combate, me preguntaba si regresábamos al continente. Me levanto y lo busco en el comedor, luego me dirijo al baño, cuando siento el impacto regreso a los camarotes en donde estaba durmiendo, en ese lugar todos mis compañeros fallecieron, toda la división, en ese sector no se salvó nadie" Juan Bautista Vilca Condorí. entra en silencio "Mario me salvó la vida" concluye.
Juan Bautista, buscó desesperado a su hermano marinero; el crucero se hundía, pero él seguía buscando a su pequeño y valiente Mario; sus camaradas marineros lo convencieron que el Gral. Belgrano se hundía y debían abordar las balsas, y que Mario podría estar en alguna de esas balsas.
Con la esperanza de encontrar a su querido hermano de sangre y de armas, Juan dejó el crucero ARA General Belgrano, sin saber que el niño nacido en la comunidad colla del pueblito de los Naranjos, en la provincia de Salta, con 16 años se había convertido en un héroe de guerra, tal vez el más chico de la guerra.
Mario Vilca Condorí componía la tripulación del Belgrano junto a su hermano,Juan Bautista Vilca Condorí, un marino ya con experiencia en combate, que participó de la avanzada argentina durante el pre conflicto bélico con Chile en 197, y en 1982 era artillero del Crucero Belgrano.
"Ese día estaba nublado, había un mar cuatro, en ese momento no esperábamos el impacto de torpedos", relata Juan Bautista, "quedé sorprendido en momentos del impacto, mi primera reacción fue ir al lugar de combate. Estaba convencido que no habría combate ya que estábamos fuera de la zona de exclusión, de la cual nos habíamos retirado a las ocho de la mañana aproximadamente".
"Estaba acompañado de mi hermano, Mario Vilca Condorí" dice Juan, agregando "de tan solo 16 años, era marinero y se desempeñaba como panadero".
Recuerda que previo al ataque, Mario participaba de la aprensión de todo marino bisoño, por no tener experiencia. Poseía la preparación y el adiestramiento de un marinero recién salido de la Escuela de Mecánica de la Armada, y buscaba alejar esa aprensión charlando con el hermano más antiguo.
"Dos horas previas al ataque Mario me despertó, yo tenía turno de descanso, Mario quería conversar en cubierta. Quería saber qué había pasado esa mañana, pues habíamos entrado en situación de combate, me preguntaba si regresábamos al continente. Me levanto y lo busco en el comedor, luego me dirijo al baño, cuando siento el impacto regreso a los camarotes en donde estaba durmiendo, en ese lugar todos mis compañeros fallecieron, toda la división, en ese sector no se salvó nadie" Juan Bautista Vilca Condorí. entra en silencio "Mario me salvó la vida" concluye.
Juan Bautista, buscó desesperado a su hermano marinero; el crucero se hundía, pero él seguía buscando a su pequeño y valiente Mario; sus camaradas marineros lo convencieron que el Gral. Belgrano se hundía y debían abordar las balsas, y que Mario podría estar en alguna de esas balsas.
Con la esperanza de encontrar a su querido hermano de sangre y de armas, Juan dejó el crucero ARA General Belgrano, sin saber que el niño nacido en la comunidad colla del pueblito de los Naranjos, en la provincia de Salta, con 16 años se había convertido en un héroe de guerra, tal vez el más chico de la guerra.
Los tres hermanos de Malvinas. El soldado mas joven
La historia de los "Tres hermanos de Malvinas"
La valentía y entrega de los soldados oranenses dejaron huella en la historia
argentina. Los hermanos Juan, Anastacio y Mario Vilca Condorí participaron de la
guerra con Gran Bretaña por la soberanía de las Islas Malvinas.
A casi tres décadas del conflicto bélico de 1982, Juan y
Anastacio reviven los 74 días de combate y relatan la única historia argentina
de tres hermanos que participaron en la guerra. Lo hacen en nombre de Mario,
quien no regresó de aquella misión en alta mar, y de la madre cuya vida se apagó
sólo dos meses después de recibir la noticia.
Los tres hermanos nacieron en el corazón de la comunidad kolla de Los Naranjos, a 30 kilómetros de la ciudad de Orán. Y como sucede en muchas familias humildes, los chicos decidieron ingresar a la marina como una forma de mejorar la situación económica de un hogar que crió a 12 hermanos.
“Nos tocó estudiar en una escuela muy, pero muy pobre; mi papá se dedicaba a la carpintería y talabartería, también salía a trabajar al ingenio Tabacal, y hacía trabajos temporarios. Pasó muchas penurias, porque no siempre era bien pagado. Por eso nosotros crecimos trabajando, casi sin poder ser niños”, relató Juan.
En su corta infancia, Juan albergaba el sueño de “conocer el mundo”. Y la Armada le permitió no solo ayudar a su familia económicamente sino también a cumplir ese deseo.
Tres de los hijos de Miguel Angel Vilca e Yreña Elena Condorí murieron pequeños, por problemas de salud como el paludismo y “esas enfermedades del norte”, contó Juan. Un cuarto falleció joven, en un accidente en el monte.
El primero en enrolarse en la marina fue Juan Bautista. Lo siguieron Anastacio y Mario, que lo hizo a los 15 años. Doce meses más tarde fue destinado al Ara General Belgrano, al igual que Juan Bautista. Anastacio, que era enfermero, fue embarcado el 9 de abril de 1982 en el Bahía Paraíso. Allí tuvo que realizar durísimas tareas de rescate. “La última etapa de la batalla, en Puerto Argentino, era un infierno”, recordó. Fue parte del intercambio de heridos con los ingleses. Hasta el cese de las hostilidades terminó como prisionero de guerra.
En cambio, sus hermanos ya estaban en alta mar cuando comenzó la guerra. Juan llevaba casi una década como marino y el Mario cumplía su primer año embarcado.
El año pasado, Juan Bautista y Anastacio decidieron dar a conocer la historia de “Los tres hermanos de Malvinas”, los tres hermanos kollas, de la comunidad de Los Naranjos, que marcharon juntos a la guerra.
“Es el único caso en nuestro país donde tres hermanos consanguíneos participaron activamente en combate. Un orgullo y un acto heroico que merece ser reconocido, ya que no hay registro de otra situación similar”, aseguró Juan.
Los tres hermanos nacieron en el corazón de la comunidad kolla de Los Naranjos, a 30 kilómetros de la ciudad de Orán. Y como sucede en muchas familias humildes, los chicos decidieron ingresar a la marina como una forma de mejorar la situación económica de un hogar que crió a 12 hermanos.
“Nos tocó estudiar en una escuela muy, pero muy pobre; mi papá se dedicaba a la carpintería y talabartería, también salía a trabajar al ingenio Tabacal, y hacía trabajos temporarios. Pasó muchas penurias, porque no siempre era bien pagado. Por eso nosotros crecimos trabajando, casi sin poder ser niños”, relató Juan.
En su corta infancia, Juan albergaba el sueño de “conocer el mundo”. Y la Armada le permitió no solo ayudar a su familia económicamente sino también a cumplir ese deseo.
Tres de los hijos de Miguel Angel Vilca e Yreña Elena Condorí murieron pequeños, por problemas de salud como el paludismo y “esas enfermedades del norte”, contó Juan. Un cuarto falleció joven, en un accidente en el monte.
El primero en enrolarse en la marina fue Juan Bautista. Lo siguieron Anastacio y Mario, que lo hizo a los 15 años. Doce meses más tarde fue destinado al Ara General Belgrano, al igual que Juan Bautista. Anastacio, que era enfermero, fue embarcado el 9 de abril de 1982 en el Bahía Paraíso. Allí tuvo que realizar durísimas tareas de rescate. “La última etapa de la batalla, en Puerto Argentino, era un infierno”, recordó. Fue parte del intercambio de heridos con los ingleses. Hasta el cese de las hostilidades terminó como prisionero de guerra.
En cambio, sus hermanos ya estaban en alta mar cuando comenzó la guerra. Juan llevaba casi una década como marino y el Mario cumplía su primer año embarcado.
El año pasado, Juan Bautista y Anastacio decidieron dar a conocer la historia de “Los tres hermanos de Malvinas”, los tres hermanos kollas, de la comunidad de Los Naranjos, que marcharon juntos a la guerra.
“Es el único caso en nuestro país donde tres hermanos consanguíneos participaron activamente en combate. Un orgullo y un acto heroico que merece ser reconocido, ya que no hay registro de otra situación similar”, aseguró Juan.
miércoles, 10 de abril de 2013
un tocayo Hernandez
Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!
Pablo Neruda
El hombre corcho
El hombre corcho...
“El hombre corcho, el hombre que nunca se hunde, sean cuales sean los
acontecimientos turbios en los que está mezclado, es el tipo más interesante de
la fauna de los pilletes. [..] Donde más ostensibles son las virtudes del
ciudadano Corcho es las “litis” comerciales…En estos líos, espantosos de turbios
y de incomprensibles, es donde el ciudadano corcho flota en las aguas de las
tempestades con la serenidad de un tiburón. ¿Qué los acreedores se confabulan
para asesinarlo? Pedirá garantías al ministro y al juez. ¿Qué los acreedores
quieren cobrarle? Levantará más falsos testimonios que Tartufo y su progenitor.
¿Qué los falsos acreedores quieren chuparle la sangre? Pues, a pararse, que si
hay sujeto con derecho a sanguijuela, es él y nadie más….”
domingo, 27 de enero de 2013
Somos seres condicionados pero no determinados
1-Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho.
2-Mi visión de la alfabetización va más allá del ba, be, bi, bo, bu. Porque implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está el alfabetizado.
3-Enseñar exige respeto a los saberes de los educandos.
4-Enseñar exige la corporización de las palabras por el ejemplo.
5-Enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando.
6-Enseñar exige seguridad, capacidad profesional y generosidad.
7-Enseñar exige saber escuchar.
8-Nadie es, si se prohíbe que otros sean.
9-La Pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación.
10-No hay palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión.
11-Decir la palabra verdadera es transformar al mundo.
12-Decir que los hombres son personas y como personas son libres y no hacer nada para lograr concretamente que esta afirmación sea objetiva, es una farsa.
13-El hombre es hombre, y el mundo es mundo. En la medida en que ambos se encuentran en una relación permanente, el hombre transformando al mundo sufre los efectos de su propia transformación.
14-El estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas.
15-Solo educadores autoritarios niegan la solidaridad entre el acto de educar y el acto de ser educados por los educandos.
16-Todos nosotros sabemos algo. Todos nosotros ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre.
17-La cultura no es atributo exclusivo de la burguesía. Los llamados «ignorantes» son hombres y mujeres cultos a los que se les ha negado el derecho de expresarse y por ello son sometidos a vivir en una «cultura del silencio».
18-Alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra.
19-Defendemos el proceso revolucionario como una acción cultural dialogada conjuntamente con el acceso al poder en el esfuerzo serio y profundo de concientización.
20-La ciencia y la tecnología, en la sociedad revolucionaria, deben estar al servicio de la liberación permanente de la HUMANIZACIÓN del hombre. Si soy puro producto de la determinación genética o cultural o de clase, soy irresponsable de lo que hago en el moverme en el mundo y si carezco de responsabilidad no puedo hablar de ética.
Paulo Freire
1-Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho.
2-Mi visión de la alfabetización va más allá del ba, be, bi, bo, bu. Porque implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está el alfabetizado.
3-Enseñar exige respeto a los saberes de los educandos.
4-Enseñar exige la corporización de las palabras por el ejemplo.
5-Enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando.
6-Enseñar exige seguridad, capacidad profesional y generosidad.
7-Enseñar exige saber escuchar.
8-Nadie es, si se prohíbe que otros sean.
9-La Pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación.
10-No hay palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión.
11-Decir la palabra verdadera es transformar al mundo.
12-Decir que los hombres son personas y como personas son libres y no hacer nada para lograr concretamente que esta afirmación sea objetiva, es una farsa.
13-El hombre es hombre, y el mundo es mundo. En la medida en que ambos se encuentran en una relación permanente, el hombre transformando al mundo sufre los efectos de su propia transformación.
14-El estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas.
15-Solo educadores autoritarios niegan la solidaridad entre el acto de educar y el acto de ser educados por los educandos.
16-Todos nosotros sabemos algo. Todos nosotros ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre.
17-La cultura no es atributo exclusivo de la burguesía. Los llamados «ignorantes» son hombres y mujeres cultos a los que se les ha negado el derecho de expresarse y por ello son sometidos a vivir en una «cultura del silencio».
18-Alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra.
19-Defendemos el proceso revolucionario como una acción cultural dialogada conjuntamente con el acceso al poder en el esfuerzo serio y profundo de concientización.
20-La ciencia y la tecnología, en la sociedad revolucionaria, deben estar al servicio de la liberación permanente de la HUMANIZACIÓN del hombre. Si soy puro producto de la determinación genética o cultural o de clase, soy irresponsable de lo que hago en el moverme en el mundo y si carezco de responsabilidad no puedo hablar de ética.
Paulo Freire
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