Se ordenó hace 58 años y, pese a que ahora está jubilado, continúa atendiendo a los enfermos. “Trabajar para Dios no tiene horario”, suele decir este voluntario del Servicio Sacerdotal de Urgencia.
Muchos lo consideran un santo. O al menos están convencidos de que el padre Martín Martín Martín goza de alguna “protección” especial, para seguir andando en bicicleta, a los 83 años, sin que nada malo le pase. Los vecinos de la parroquia de Monserrat se afligen al verlo llegar o salir pedaleando, con la sotana al viento, en plena noche, para visitar a sus enfermos. “Trabajar para Dios no tiene horario”, suele decir.
“¿No tiene miedo de caerse?”, le preguntan a menudo. “Fíjate, que el otro día me he caído dos veces, pero me he puesto contento. Hay un refrán que dice que el burro es el único animal que no tropieza dos veces con la misma piedra. Pues quiere decir que no soy burro”, contesta sonriendo con esa tonada española que no lo abandonó desde que salió de su Sonseca natal, en la provincia de Toledo.
El padre Martín recorre los barrios en la vieja bicicleta que le regalaron -ya usada- cuando a él le robaron la suya. “¡Pobrecito, cómo debe ser que la necesitaba!”, exclama pensando en el ladrón, cada vez que se acuerda. Pero en seguida aclara que no fue un robo: “apenas me di cuenta de lo sucedido se la regalé, para que Dios no lo cuente como pecado”, agrega frunciendo el ceño.
Ya está jubilado, pero sigue trabajando como hace 58 años, cuando se ordenó sacerdote, el 11 de junio de 1949. Como es tan inquieto, en su escaso tiempo libre fabrica rosarios y denarios con semillas de achiras que crecen en su jardín y les pone cruces de madera que él mismo talla. Tiene la costumbre de regalar los rosarios bendecidos y también “rezados”, aclara.
Hace un par de meses, la Legislatura destacó la trayectoria del padre Martín, junto con la de otras personas, con el premio Mayores Notables. Con ese justificativo, LA GACETA pudo entrevistarlo, ya el padre Martín es de los que se autodenominan “de perfil bajo”.
- ¿Por qué tres veces Martín?
- ¡Ah! Una bonita historia. El apellido de mi padre era Martín y el de mi madre, Martín Tereso, aunque yo me quité el segundo apellido para no darme tanto corte. Nací el 11 de noviembre, día de San Martín de Tours, patrono de Buenos Aires. Mis padres pensaron en ponerme otro nombre, pero mi abuelo, que era mi padrino, dijo: ‘no, señor, este niño tiene que llevar el nombre del santo del día’, y él mismo me anotó. Así quedé Martín al cubo (ríe), como me nombraron una vez cuando estudiaba en Salamanca. Era mi cumpleaños y me mandaron un telegrama. El telegrafista había escrito, para ahorrarse trabajo, Martín al Cubo.
- ¿Lo marcó su nombre?
- Claro que sí, para atender a los enfermos. San Martín de Tours es el santo que le dio media capa al pobre que le pedía. El era jefe de un grupo de soldados y estaba estudiando para bautizarse, en tiempos de San Ambrosio. Salió de campaña con sus soldados y al volver a la ciudad de Amiens, en Francia, se encontró con un pobrecito que le pedía limosna. El, que había estado de campaña, no traída nada para darle, pero se sacó la clámide roja dada por el Imperio Romano y, con la espada, la partió por la mitad; le dio una al pobre y la otra se la dejó él. A la noche, durmiendo en su camastro de soldado, se le apareció Jesús, rodeado de los ángeles, y vestido con la media capa que le había dado al pobre. Jesús lo señalaba y le decía a sus ángeles: vean a Martín, que todavía catecúmeno (sin bautizar) me ha vestido con esta media capa. Qué bonito, ¿no? (dice sonriendo y juntando sus manos como para rezar).
- Mucha gente acude a usted para recibir alivio.
- Para dar ánimo hay que imitar la bondad de Jesús, que aun de los males saca bienes, así como de la crucifixión salió la redención. Tengo dos hermanas, una de ellas era chofer de la comunidad. La llamaban Sor Citröen. A la pobre le había dado una parálisis cerebral y estuvo una semana en coma. Cuando me avisaron, yo tomé fuerte el crucifijo y le hablé al Señor: ‘por favor, Jesús, es tu esposa, es monjita... ¡cómo la vas a tener así! Y después me enteré de que a esa misma hora, ella, en España, abría los ojos y comenzaba a hablar.
- ¿Era el crucifico que cuelga de su cuello?
- Sí, pero no es el que me dieron cuando me ordené, porque a ese lo perdí. Al que tengo puesto (una cruz grande de madera engarzada en bronce, con un Cristo en el mismo material) lo encontré cavando un pozo en el fondo de mi casa. No sabemos de quién es. Esta calavera que ves a los pies del Señor (señala) es por el monte Calvario.
- Usted todavía usa sotana. ¿Qué piensa de los curas que se visten como laicos?
- Bueno, a decir verdad, el Concilio Vaticano II ha aliviado los ornamentos, especialmente a las monjas, que se vestían con esos hábitos tan exagerados, y también a los sacerdotes. Pero con sotana yo vivo más mi sacerdocio. Voy caminando por la calle y la gente me pide bendiciones y hasta la confesión. Yo les digo que bueno, porque total, si están arrepentidos, bienvenidos sean. Hay muchos curitas que se visten como laicos, son jóvenes y algunos se dejan el pelo largo... Pueden ser un peligro, ¿no? (ríe)
- Luego de las múltiples denuncias de abusos sexuales que hubo, ¿se sigue sosteniendo el celibato?
- Hay casados que han violado a sus propios hijos. El mal está en todas partes. El sacerdote que hizo eso seguramente en vez de rezar veía televisión. El que quiere seguir a Cristo debe negarse a sí mismo, o sea que no debe seguir sus instintos personales, ni de soberbia, ni de avaricia, ni de lujuria, ni de ira. Los apóstoles de Jesús eran todos casados, menos San Juan el Evangelista, pero el Evangelio nunca ha dicho que han vuelto con sus propias familias.
- ¿Qué les dice a las que creen que abortar es un derecho?
- Que tienen derecho a hacer lo que quieran con su cuerpo, pero no con el otro cuerpo que llevan dentro. Es un crimen.
- Hay mucha gente ya no cree en Dios... ni en el diablo.
- Claro. Y eso le conviene al diablo, porque así trabaja más tranquilo. Yo siempre les digo a las viejitas del hogar San Roque: ‘ustedes tienen una tentación muy grande: pensar que ya no sirven para nada. De esa forma, el diablo las tienta para que se desanimen y no hagan nada. En cambio, yo les digo que con sus oraciones ustedes construyen los pilares de la Iglesia. Con lo que ustedes hacen nos beneficiamos todos’, les digo.
- Al Papa le aflige la cantidad de gente que vive como si Dios no existiera.
- Que vive desconociendo el ministerio de Dios. Pero cuando viene una enfermedad lo único que los salva es la idea de Dios. El dice: ‘Vengan a Mí los que están agobiados. Yo los aliviaré. Pero mientras tanto, las revistas, la televisión y hasta los diarios exaltan el vicio. Muestran a los actores y a las actrices que se casan, se separan y se vuelven a casar. En la televisión todo, menos el programa de la madre Angélica, es una exaltación de las tonterías que hay en este mundo. Y ante eso, para la gente que no ve más que eso, Dios es un ente desconocido. Es una pena. Y por eso nosotros, los sacerdotes, nos consagramos plenamente a Dios.
- Mucha gente ya no se casa.
- Ese es el lamento más común de padres y madres. ‘Padre, mi hijo no quiere casarse’. Yo creo que hay un gran desconocimiento del misterio del amor, del sacramento de matrimonio instituido por Jesucristo. Es un signo del amor único y fecundo de Cristo con la Iglesia. Muchas veces escucho gente que dice que se llevaba bien como novios y estando casados se pelean. Puede ser, porque hay una intención del diablo de mostrar que las parejas que están juntas sin haber recibido el sacramento están mejor; pero no es así, es un engaño.
- ¿Esto puede llevar a la destrucción de la familia?
- Cuando la familia no está unida, cada uno de los hijos va por su lado. Es difícil contenerlos. Algunos padres no saben qué hacer con sus hijos; los jóvenes llegan a asaltar para conseguir dinero para comprar droga.
- ¿Qué opina de las apariciones de la Virgen en Salta?
- Yo estoy esperando que a esa señora (María Livia de Obeid) le pase lo que a una monjita fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Esta hermana había quedado inválida. Ella quería fundar una congregación, pero ningún obispo la aceptaba, hasta que uno la bendijo. El Papa la recibió a ella, que andaba en muletas, y ahora la congregación está en todos los asilos de ancianos. Estoy seguro de que el Espíritu Santo sopla donde quiere. Lo que pasa es que el sino propio de la Iglesia siempre ha sido la persecución, como le ocurrió a Cristo. El sufrimiento, el dolor, la contradicción. Hasta el Papa ha tenido sus contradicciones, y ha salido victorioso, ¿no? (ríe).
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